Libertad, leyes, digitalización y las trampas.
Nota que escribí hace casi 10 años. Algunos debates siguen vigentes.
Muchos opinan que un músico no debería tener más derechos que un médico o un docente y por lo tanto es absurdo que estos pretendan cobrar por cada vez que se reproduce su música. Esa reflexión extremadamente simplista tiene tantas aristas como partes interesadas.
La lógica utilizada para realizar tal afirmación es la siguiente: si un médico cobra por la cirugía y no una cuota de por vida al paciente que salvó, o de igual modo, un docente cobra por sus clases y no una cuota de por vida a las personas que educó, por qué un músico debería cobrar por cada vez que se reproduce su música. La respuesta inmediata es que si esa reproducción es con fines comerciales, lógicamente se debería cobrar por ella, pero con el mismo argumento, un docente podría decir que tiene derecho a cobrar por cada vez que utilicemos con fines comerciales un conocimiento que él proporcionó, o por su lado, el médico cirujano puede también argumentar que si alguien utiliza el órgano que él reparó para “lucrar”, este debería cobrarle a su paciente por ello, ya que si no tuviese “esa mano” él no podría hacer dinero. Finalmente, las cosas no son tan claras y simples como parecen a primera vista, aunque no deja de ser una discusión un tanto filosófica.
Por otro costado, se puede pensar que cuando compro música, lo que estoy adquiriendo es una copia de la misma, a pesar de que está claro que no adquiero ningún derecho sobre la obra, se puede llegar a entender que la copia que he adquirido se convierte en mi propiedad y con esa copia hago lo que quiero, por ejemplo, regalársela a un amigo. Ese también es un camino simplificado, pero además incorrecto, al menos por ahora.
Al comprar una copia de software, de música, o lo que fuere que esté protegido por algo como copyright o como quiera que se llame la norma que lo proteja, lo que estoy adquiriendo es simplemente el derecho a usarlo, y además bajo las cláusulas que se hayan aceptado en el proceso de dicha transacción. Si alguien que adquiere el derecho a usar un programa, mediante una copia del mismo provista en el formato que fuere, se lo regala a un amigo para que también lo use, evidentemente está incumpliendo el trato y aquí no hay discusión posible.
El problema de los intermediarios y su modelo de negocio. Hace muy pocos años, para escuchar un disco de U2 en Argentina, alguien debía grabarlo en un CD, enviar hasta aquí varios de ellos desde miles de kilómetros, hacer que suene mucho por la radio para que se ponga de moda lo más rápido posible, luego distribuírlos en las disquerías de cada pueblo y hacer una gran campaña comercial para que la gente se entere que el nuevo disco ya llegó al kiosco. Por hacer todo eso, hay empresas que ganan (o ganaban) el ochenta y cinco por ciento de los ingresos que ese disco genera y el resto es para el músico. Llegado a este punto, no hace falta ser muy lúcido para entender que esas empresas ya no hacen falta.
Hasta aquí no hay dudas que compartir con amigos algo de lo que solamente he adquirido el derecho a usar personalmente es incorrecto o ilegal. A pesar de que “esa cosa” se encuentre en formato digital. A pesar de que si lo copio no le causo ninguna pérdida a su autor (mas bien todo lo contrario). A pesar de que haberlo obtenido digitalmente no quiere decir que de otra manera lo hubiese comprado. A pesar de que la constitución diga que debe existir un libre acceso a la cultura. A pesar de todo. Si se piensa que ese “contrato” es injusto, entonces habrá que optar por opciones libres.
Pero cuidado, ese argumento planteado es precisamente el que utilizan algunos gobiernos y empresas en peligro de extinción para intentar crear leyes incongruentes, imposibles de aplicar, que violan todo tipo de derechos a la privacidad, que evitan los procesos judiciales, y que sirven solamente al interés de ellos mismos. En absoluto intentan proteger a los autores, y menos aún, a la ciudadanía en general.
Simplemente, son épocas en que “lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir”, de enlaces magnéticos, de drogas digitales, de monedas virtuales, de manuales de desobediencia, de proxys, de países libres de SOPA, PIPA, SINDE, HADOPI, y tantas otras que ya vendrán. ¿Podrán con Internet?